Estamos en el mes santo de Ramadam, y los fieles musulmanes aguantan estoicamente este insoportable calor sin tomar una gota de líquido, sin comer nada, e intentando que ni siquiera entre en ellos el humo del cigarrillo de quien tiene enfrente. Así de duro es cuando el mes del ayuno cae en verano, con estos días tan largo, que aún se hacen más agotadores si se está de viaje cruzando la Península Ibérica en un viejo coche con media casa en la baca y la familia al completo dentro.
No parece que sea mucho pedir que estas personas puedan disponer de un lugar adecuado donde rezar. No parece que un sala en la que no hay poner nada más que luz y ventilación, sea un gasto que la Autoridad Portuaria no pueda permitirse. Que no hay que poner bancos, ni esculturas, ni altares, ni velorios... sólo un lugar donde, como es su origen etimológico, se puedan doblar las rodillas, una mezquita.
Por tanto, no resulta muy justificable que después de haberla previsto en el proyecto, ahora alguien decida eliminarla. Y mucho menos justificable es el argumento de que ya hay menos marroquíes que utilizan el puerto almeriense.
Da la sensación de que algunos prefieren quedarse ciegos con tal de que su enemigo quede al menos tuerto. Hubiera sido muy fácil dar paso a crear un espacio de culto religioso, un espacio que pueda ser utilizado por la comunidad religiosa que lo necesite, como ya pasa en muchos cementerios españoles.
Es decir, los hay que prefieren que no haya ningún lugar para rezar en el Puerto con tal de que ese sitio no pueda ser utilizado en algún momento (o de modo principal por una mera cuestión estadística) por musulmanes.
Pero ese otro argumento de los detractores de que son los católicos quienes pagan sus iglesias... bueno, eso no se sostiene ni con pegamento. En Vícar ha sido el Ayuntamiento -gobernado por el PSOE, por cierto- quien ha construido una iglesia, y no se recuerdan queja de nadie. Pero no es el único lugar en que esto pasa, e incluso si no fuera así, podríamos recordar la inmensa cantidad de bienes materiales que están manos de la Iglesia Católica y por la que esta obtiene beneficios económicos a la vez que desgravaciones fiscales.
Que la Constitución previera en su momento un trato preferencial a la Iglesia Católica no debiera ser motivo para que a día de hoy se mantenga, pero ya que se mantiene, al menos que eso no sirva para dar un trato discriminatorio a las demás religiones mayoritarias.
Lo que resulta también poco asumible es que en todas estas declaraciones se hable de musulmanes y de marroquíes indistintamente, cuando se puede ser marroquí y no musulmán y musulmán no marroquí. Y es que quienes hoy se oponen a la mezquita en el Puerto por lo ya referido, también se opondrían a construir una mezquita en otro punto de la capital o la provincia, buscando para ello cualquier excusa.
Es verdad que Marruecos no es un país que trate bien a los católicos. Es más, es un país que ha empezado a ejercer una presión inaceptable desde el punto de vista de los más elementales derechos humanos, contra los no musulmanes. Pero que esto lo haga un régimen como el que controla ese reyezuelo venido a menos que es Mohamed VI, no es raro, y nos tendría que animar a no ser como ellos.
Es más, el comportamiento de Mohamed VI contra los católicos se produce esencialmente por no ser él un buen musulmán, por mucho Comendador de los Creyentes que sea. Eso lo saben los buenos musulmanes, que no toleran su continua profanación de las normas coránicas. Por eso tiene que ser "el muy-muy y el más-más" acorralando a los cristianos, para que los suyos le perdonen, para despistar, como cuando agita la frontera de Melilla, o cuando les da patadas y los echa al mar en pateras, o abre la mano para que el hachís de la verde Ketama fluya hacia el norte.
Afortunadamente quienes hoy no quieren la mezquita en el Puerto -y en el fondo no quieren mezquitas en la Tierra de María Santísima- no eran los mismos que dejaron en pie la Alhambra de Granada, la Alcazaba de Almería, o la Mezquita de Córdoba.
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