Habrá segunda ola en otoño. La mayoría de los epidemiólogos así lo vaticina. Y con el rebrote del covid-19,
rebrotarán también el miedo sanitario y la incertidumbre en la
economía, un miedo y una incertidumbre que parecen ahora diluirse en el
espejismo de las fases, la desescalada y unos comercios a medio abrir. Todo hace pensar que, conforme pasen los días, el virus se irá yendo igual que las terrazas abren. Es decir, solo al 50%.
Según el equipo de investigación de la Universidad de Minnesota, la pandemia durará entre uno y dos años.
Regresará después del verano. Puede que lo haga con menos intensidad
que en primavera, al estar mejor preparados (escenario uno), que el
índice de contagio sea parecido (escenario dos) o que incluso aumente si
muta la enfermedad (tres).
Será entonces, en otoño, cuando
entremos en la fase clave, la fase del ‘sálvese quien pueda’. No es solo
por la vuelta del covid, sino también por el riesgo de septicemia económica, riesgo de que el sistema inmunitario desplegado
para combatir el virus se descontrole, los pecados cometidos en el
pasado se vuelvan en nuestra contra y empiecen a atacar órganos y
tejidos vitales, especialmente el tejido empresarial y laboral español.
En otoño empieza el otro baile, el de la depresión y el de las medidas impopulares que habrá de activar el Ejecutivo para salir de la misma. El gran ajuste
del que escribía Javier Jorrín: “Van a ser necesarios importantes
recortes en el futuro, que conllevarán desilusiones en la sociedad”.
La diferencia entre recesión y depresión son 10 puntos de PIB, que es lo que se espera que caiga la economía española este año. Empezamos con -5%, luego vino el -10% y ya vamos por un más que realista -12% de desplome de PIB, el peor año desde 1936 y el doble de la caída prevista para Alemania. ¿Y saben quiénes serán los más perjudicados en este escenario? Los de siempre: las familias menos pudientes y los jóvenes.
“Hemos condenado a toda una generación a vivir con un 10% menos”, comentaba un consejero autonómico en referencia a ‘The Economist’ y al análisis que anticipa la catástrofe que supondrá vivir ‘solo’ con un 90%.
Las revueltas sociales, los problemas de seguridad, la extensión de
la pobreza en las clases populares y la bajada significativa de nivel de
vida en la clase media perfilan un escenario más que probable. Como
anécdota, las imágenes del barrio de Aluche en Madrid publicadas por este periódico, con colas de hasta siete horas para lograr una bolsa de comida.
Todo ello con aumentos de la desigualdad.
Lo ponía negro sobre blanco ‘The Washington Post’ a la hora de
radiografiar el mercado laboral de EEUU, donde “la tasa de desempleo de
las mujeres ha aumentado más que la de los hombres. El paro ha golpeado
con más fuerza a hispanos y negros que a blancos y asiáticos, y a los que carecen de graduado escolar”.
Curiosamente, le ha correspondido a un Gobierno más que escorado a la izquierda, el formado por PSOE y Unidas Podemos,
lidiar con tamaña depresión. Ello no sería ningún obstáculo si no fuera
porque la pandemia ha puesto al descubierto los discursos estériles y
demagógicos con los que se ha gestionado la cosa pública en los últimos
meses, con incontinencia del gasto público, subidas del SMI del 22% e
incrementos de las pensiones, que ahora apenas dejan margen fiscal y
presupuestario para salir del atolladero.
Aunque es cierto que, a diferencia de 2008, en esta ocasión el cañón Bertha del BCE está ayudando
a contener la prima de riesgo y que la banca, gracias a sus niveles de
solvencia, no forma parte del problema sino de la solución, también es
cierto que el escenario del que partimos es mucho peor.
En la crisis de 2007, España tenía una tasa de desempleo del 8,6% y una
deuda pública del 35,8%. Ahora están en el 13,8% y el 95,5%,
respectivamente.
La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) ya habla de un déficit público de hasta el 10%
para finales de año y sitúa la deuda por encima del 120% del PIB, unas
variables que pueden haberse quedado cortas ante la caída fulgurante de
la base con la que se miden, es decir, del PIB. Una coyuntura diabólica
si se atiende también al poco margen del Ejecutivo para subir impuestos
—más allá del de la nueva tasa de transacciones financieras o de
servicios digitales— y a la contracción de la demanda exterior.
Aunque la ministra Yolanda Díaz
ha avanzado que sectores especialmente afectados por la pandemia del
covid-19, como el turismo o la automoción, podrán mantener las
condiciones de los ERTE por fuerza mayor más allá del 30 de junio, todo ello será insuficiente para frenar el cierre de empresas y la oleada de despidos que se esperan.
Policía y Guardia Civil ya han avisado al Gobierno de un otoño caliente de movilizaciones, con un aumento de la conflictividad social tras el verano. Falta por saber qué hará Pablo Iglesias para calmar a aquellos mismos a los que jaleaba el 15-M, con manifestaciones, cercos al Congreso y acampadas en Sol.
(*) Periodista y director de El Confidencial
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