lunes, 9 de marzo de 2020

En busca de un manual de contención / Fernando G. Urbaneja *

Desde que estalló la epidemia del COVID-19 el concepto crítico ha sido “contención”, como parar o, al menos, ralentizar la extensión del virus. En resumen, “ganar tiempo” para encontrar la naturaleza y la pauta de actuación del bicho, y, a renglón seguido, lograr la vacuna que permita superar la crisis. El problema radica en el “tiempo”, cuánto se tarda en establecer un método de contención eficaz.

En este tipo de crisis se superponen tres problemas, el primero es el propio virus, el segundo radica en las medidas iniciales para contenerlo y finalmente cuenta el efecto del miedo que altera las expectativas con impacto en la economía. Por lo que vamos viendo hay otra lección adicional: las consecuencias sociales, los cambios de comportamiento que tienen mucho que ver con la higiene.

A medida que pasan las semanas ganan puntos la tesis de que esta crisis vírica va a ser de mayor cuantía, con efectos que dejarán huella, que cambiarán comportamientos y formas de organización. Por ejemplo los grandes congresos, ferias y semejantes con concentración de muchas personas de muy diversas procedencias van a sufrir cambios de formato y de exigencias. En esto también se notará la digitalización, es decir la puesta en común de novedades, de ideas, de debates a través de las redes, virtual y no solo presencial.

Otro tanto va a ocurrir con el teletrabajo que no pocas compañías están ensayando ahora por necesidad, como medida preventiva. Quienes lo están haciendo dicen que merece la pena utilizar el procedimiento una vez que desaparezca la epidemia.

En estos días la mayor inquietud radica no tanto en las letales consecuencias del virus (son bajas), cuanto en el trastorno de la vida cotidiana por las medidas de contención que van de radicales (caso de China), a las aparentemente radicales (caso italiano) y a las más mesuradas (hasta ahora) que es el caso español.

Otro factor crítico es la credibilidad de la información, la transparencia de las autoridades que se ocupan de gestionar la crisis. Todos los gobiernos, especialmente los democráticos, reiteran que prefieren la transparencia inmediata, con todas sus consecuencias, que la reserva cautelosa, la ocultación o el retraso de la información. El problema es que se puede tener voluntad de informar, pero la información es poco consistente por falta de datos, es mayor la ignorancia que el conocimiento.

Las estadísticas de contagiados están sometidas a la capacidad de diagnóstico, lo cual implica retraso en los datos. Más fiables son los datos de mortalidad aunque en este caso están sometidos a una duda: ¿son fallecidos por coronavirus o con coronavirus?, ¿qué incidencia tiene el virus en el óbito?

Más incalculable es el coste de la contención en términos económicos, el impacto de unas medidas cambiantes que alteran la vida social y los flujos económicos. La ruptura de las cadenas de suministros se notará pasadas unas semanas, una vez que se agotan las reservas y las soluciones alternativas de emergencia.

De momento cada país, cada región, cada ciudad, adopta las medidas que estima convenientes sin someterse a un patrón universal y común que las organizaciones internacionales no han sido capaces de ofrecer, entre otras razones porque no saben cuál es el mejor camino para esa contención. Así que se cumple la doctrina Sinatra. “A mi manera”.


(*) Periodista y politólogo


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