BARCELONA.- Estamos en un tiempo de veganos y de foodies. Probablemente nunca se
había hablado tanto sobre la alimentación y nunca la gente había estado
tan obsesionada por las posibilidades de que su salud se viera afectada
por lo que come. Ahora bien, nunca ha habido tanto consumo de productos
alimenticios procesados, que están fuera de nuestro control.
El
periodista Jean-Baptiste Malet, en El imperio del oro rojo. Una apasionante investigación sobre lasconsecuencias del consumo globalizado (ed. Península), presenta una larga y profunda investigación sobre el tomate concentrado. Y nos descubre que muchas cosas no son como pensábamos.
El problema no estaba en las albóndigas
Hay mucha gente que tiene reticencias a pedir en bares y restaurantes
productos como albóndigas, croquetas o canelones. Teme que le cuelguen
los restos de la comida del día antes (o de la semana antes)
convenientemente triturados. Pero, probablemente, que te coloquen los
restos del día antes no es lo peor que te puede pasar cuando pides las
albóndigas. Hay otros problemas que el consumidor no puede ni
siquiera imaginar. Mientras la carne se ve como una cosa "sospechosa",
el sofrito se suele ver como un elemento "natural". Nada más lejos de la
realidad.
Un tomate que no es un tomate
Visitar una frutería a buscar tomates puede convertirse, hoy en día,
en un ejercicio complejo. Al viejo tomate, de pera o de rama, se le ha
añadido el tomate Raf, el de corazón de buey, la Montserrat, el
pimentero, los cherry, los de colgar... El que nunca se ve, en las
tiendas, a pesar de todo, es el que más se consume: el tomate "de
industria". Y es un tomate muy especial, sólo útil para hacer
concentrados.
En realidad, no es un tomate para morder ni para poner en
el pan. Contiene una proporción ínfima de agua, y eso lo convierte en
una fruta peculiar: es una especie de preconcentrado. Es extremadamente
duro, y eso facilita su transporte. No hay que ponerlo en cajas: puedes
amontonarlos en un camión sin problemas: llegan igual de buenos, o de
malos, a la planta de transformación. Porque sólo sirven para una cosa:
para hacer concentrados.
La mafia del tomate
El término mafia a menudo se ha banalizado. Cuando dos individuos se
combinan para no pagar el parquímetro ya se habla de mafia. En el mundo
del tomate no interviene una de estas mafias de pacotilla: actúa la
mafia-mafia. Hay grupos mafiosos italianos que usan la empresa del
concentrado como un sistema para blanquear dinero, y que han llegado a
crear laboratorios químicos para que falsificaran los análisis
sanitarios para sus productos.
Los envasadores italianos, antes se
dedicaban a producir conservas y concentrados para exportarlos. Más
adelante descubrieron que era mucho más fácil comprar triple concentrado
chino, añadirle agua y revenderlo como concentrado para uso doméstico
en vistosas latas decoradas con banderas italianas.
El general de los tomates
Pero la mafia italiana ha encontrado a un enemigo de talla que lo ha
aplastado: el ejército chino. Los italianos se enriquecieron comprando
tomate concentrado deXinjiang a los chinos y reenvasándolo después con
un proceso extremadamente simple. La principal empresa proveedora china,
Chalkis, era propiedad del ejército chino y era
dirigida por un general.
Una rígida estructura propia del comunismo al
servicio del capitalismo salvaje. Gracias a los bajos sueldos pagados a
los campesinos, Chalkis conseguió ofrecer concentrado de tomate a
precios ridículos y logró liderar el mercado. Pero pronto los chinos se
dieron cuenta de que no necesitaban a los italianos para nada, que
podían exportar el tomate directamente.
Ahora son los chinos los que
lideran el mercado internacional del tomate concentrado. Les siguen, a
poca distancia, los italianos, que reexportan, básicamente, tomate
concentrado de origen chino. El general chino que había dirigido Chalkis
no tuvo ningún problema en confesar a Malet que varias empresas con
posición predominante en el mercado pactaban los precios a establecer. Y
Malet, en una visita a otra empresa china, vio cómo añadían al puré de
tomate productos que no figuraban a la lista de ingredientes.
Los africanos como vertedero
Al empezar a leer El imperio del oro rojo nos puede dar la
impresión que nuestro mundo es un infierno. Jean-Baptiste Malet se
apresura a dejarnos claro que nuestra situación es privilegiada si la
comparamos con la de los africanos, que reciben lo peor de la industria
tomatera. Los concentrados que se distribuyen en África suelen estar
hechos por las pieles y las semillas, unos subproductos no aceptables en
los concentrados según la legislación europea.
Por eso no suelen tener
color rojo; popularmente les llaman "black ink", tinta negra. En
ocasiones apenas contienen un 33% de tomate, el resto son aditivos.
Pero, además, en muchas ocasiones se ha detectado que al África envían
productos en mal estado, con la fecha de caducidad pasada o
contaminados. Algunas partidas incluso contenían gusanos.
Grito de advertencia
Hace algunos años había un cartel electoral que no se sabe si era
conmovedor por su inocencia o fastidioso por su cinismo. Una política
aparecía descalza sobre un prado, muy bucólica, con un eslogan
surrealista: "Para que los tomates vuelvan a tener sabor a tomate". No
sé cómo sus votantes valoran su gestión durante el tiempo que estuvo en
el cargo, pero lo cierto es que los tomates siguen sin tener
sabor a tomate. Especialmente, los tomates concentrados. De hecho, según
Malet, la situación tiende a empeorar.
¿Industrofobia?
No hay ninguna duda de que la industria agroalimentaria ha supuesto
algunos avances notables. Nunca se habían producido tantos alimentos, en
la historia de la humanidad. Nunca tanta gente había estado tan
alimentada. Incluso es probable que nunca un porcentaje tan alto de
gente haya estado tan bien alimentado (como mínimo cuantitativamente
hablando). Pero a pesar de esto, la falta de control sobre un mercado
que tiende al oligopolio ha provocado, en los últimos años, un
descenso de la calidad de los productos que consumimos.
En el libro de
Malet aparecen mencionadas marcas blancas de cadenas de supermercados
que tienen una fuerte presencia en nuestra ciudad. Los concentrados
fatídicos están entre nosotros. Y es probable que los concentrados menos
recomendables también estén, en todos los supermercados, incorporados a
pizzas, salsas, latas... Y que también nos los podamos encontrar en los
platos de los restaurantes o de las cadenas de comida... Probablemente
el concentrado de tomate no es la excepción dentro de la industria
agroalimentaria; otros productos semielaborados tendrán problemas
similares. Debemos estar atentos.
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