BARCELONA.- La era de los extremos climáticos ya está aquí. En los últimos 20 años,
12.000 fenómenos meteorológicos extremos han dejado su rastro en
prácticamente todos los rincones del planeta. Lluvias torrenciales,
huracanes, inundaciones, olas de calor y sequías se han cobrado la vida
de 495.000 personas y han dejado a su paso unas pérdidas de 3,54 billones de dólares, según los datos del Índice de Riesgo Climático Global de
Germanwatch, se recuerda hoy en El Periódico.
¿Pero es la crisis climática responsable de estos
fenómenos? La respuesta es más complicada de lo que, a priori, podría
parecer. Científicamente no sería correcto atribuir un evento
meteorológico concreto, como el caso de una tempestad o una gota fría,
al estado de emergencia climática.
Pero,
a falta de estadísticas a largo
plazo que confirmen esta relación, los expertos recuerdan que la crisis
climática está relacionada con el aumento de la frecuencia y la
intensidad de
este tipo de sucesos. Esta es la cara más visible de una 'era de los
extremos climáticos' que en los últimos años ha dejado innumerables
daños tanto humanos como materiales en todo el planeta.
Los últimos episodios de gota fría,
también conocidos por las siglas de DANA (Depresión Aislada en Niveles
Altos), que han afectado a la península Ibérica este último año. La
lluvia torrencial que provocó la crecida del río Francolí, en Tarragona. Las inundaciones de Sant Llorenç, en Mallorca. Los intensos aguaceros vividos este otoño, los más abundantes de los que se tiene constancia en el último medio siglo. La ola de calor que
este verano ha ahogado una Península ya en riesgo de desertificación
dejando récords de temperatura históricos. Todos ellos escenifican estos
extremos.
Pero, aun así, ninguno de
estos puede atribuirse directamente
a la alteración del clima causada por la acción
humana. "Los modelos que utilizamos para estudiar el clima muestran que
en un escenario de cambio climático estaremos más expuestos a este tipo
de fenómenos. No podemos hacer extrapolaciones directas, pero sí confiar
en estos patrones", argumenta José Manuel Gutiérrez, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto de Física de Cantabria.
A falta de confirmación, pruebas
Gutiérrez explica que este tipo de estudios de atribución empezaron
hace relativamente poco y aún hacen falta más investigaciones para
hablar de manera más contundente. Una cosa son los fenómenos
meteorológicos concretos (tormentas, tornados, huracanes, heladas,
granizos o nieve, por ejemplo) y una muy diferente el clima (los valores
promedio recogidos durante largos periodos de tiempo).
"Por ahora se
han estudiado algunos eventos a nivel individual. Pero necesitamos más tiempo y datos para
extraer conclusiones más robustas a nivel global", comenta el experto
en meteorología, quien pronostica que los datos más concluyentes hasta
la fecha llegarán de la mano del próximo informe del Panel
Intergubernamental del Cambio Climático del 2021.
A falta de confirmación oficial, la
relación entre la crisis climática y los fenómenos meteorológicos
extremos tendría una explicación física más que evidente.
Rubén Sousse, físico dedicado al estudio de la atmósfera en la
Universidad de Bremen (Alemania), apunta a que la demostración no es
otra que el ciclo del agua. La emisión de gases
contaminantes genera el ya conocido efecto invernadero, responsable del
calentamiento global.
Esto, a su vez, provoca que los océanos reaccionen
a la subida de las temperaturas con una mayor evaporación de agua.
Y este proceso es el que, a grosso modo, estaría alimentando unos
fenómenos atmosféricos cada vez más frecuentes y extremos. Y no es que
llueva más o menos que antes. Sino que los niveles de precipitaciones
que antiguamente caían repartidas a lo largo de un año entero se
concentran ahora en unos pocos episodios.
"Para que nos entendamos, es
como si estuviéramos echándole más leña al fuego", comenta Sousse.
Un año catastrófico
"Las olas de calor y las inundaciones que solían producirse una vez cada 100 años son cada vez más frecuentes", recalca el último informe de la Organización Meteorológica Mundial (WMO), presentado por Petteri Taalas,
secretario de la institución, durante la COP25. Los efectos de las
precipitaciones irregulares ya dejan su huella a escala global. Mientras
en un parte del mundo se producen tormentas, huracanes e inundaciones;
en otra predominan las sequías. Muestra de ello, los datos de este
último año.
Visto en perspectiva, el 2019 cierra la década con las temperaturas más altas desde
que se tiene registro. En estos últimos 365 días, las intensas
precipitaciones han azotado con especial fuerza a la parte central de
los Estados Unidos de América, la zona septentrional del Canadá, el
norte de Rusia y la zona de Asia Suroccidental.
Hasta
la fecha, en el
hemisferio norte se han producido 66 ciclones tropicales, una cifra
notablemente superior al promedio de 56 que suelen formarse hasta esta
época del año.
Paralelamente, las sequías extremas afectaron muchas partes del sureste asiático y el suroeste del Pacífico y las olas de calor se cebaron con Europa. Francia alcanzó un nuevo récord nacional de temperatura máxima
de 46,0 °C (1,9 °C por encima del máximo anterior). Australia también
vivió la temperatura media más elevada jamás registrada. Esto, a su vez,
contribuyó a una temporada de incendios que superó los registros medios en
lugares como Siberia y Alaska.
Las
condiciones de sequía en Indonesia y
los países vecinos dieron pie a la temporada de incendios más
devastadora desde 2015. América del Sur, uno de los territorios que más
perjudicado por los extremos de la crisis climática, ha vivido en el
último año tanto graves inundaciones en el norte de la Argentina, el
Uruguay y el sur del Brasil como devastadores incendios en el Amazonas,
Bolivia y Venezuela.
Consecuencias extremas
La otra cara de la 'era de los extremos climáticos' es la huella
que dejan en la vida de las personas. "Los eventos meteorológicos
extremos son aquellos que dejan efectos extremos en la sociedad", recuerda Gutiérrez, experto en meteorología y datos. Y es que, aunque muchos relacionen la crisis climática solo con el desolador rastro de los huracanes, el Mediterráneo será una de las zonas más afectadas por
la crisis climática.
"Todo apunta a que en esta zona las temperaturas
seguirán subiendo y que, por lo tanto, las sequías se incrementarán. Un 75% de la península Ibérica es susceptible de convertirse en una zona desértica.
Esto tendrá efectos innegables en los recursos naturales del
territorio, en las actividades que dependen de la naturaleza y en la
población", destaca el investigador en referencia a los últimos informes
publicados sobre la cuestión.
Inundaciones, tormentas y sequías están poniendo en riesgo la
seguridad alimentaria de los territorios más vulnerables del planeta. Un
total de 35 millones de personas se encuentran en riesgo de hambruna por la crisis climática, de las cuales 17 millones son niños.
LA WMO calcula que, entre enero y junio del 2019, más de diez millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares como
consecuencia de los daños que la crisis climática.
Si
la situación
sigue como hasta ahora, los desplazamientos asociados a fenómenos
meteorológicos extremos podrían triplicarse hasta alcanzar una cifra de
aproximadamente 22 millones de personas a finales de 2019. Y esta es
solo la punta del iceberg de una crisis medioambiental extrema que ya
afecta a todo el planeta.
Las ciudades no están preparadas para la crisis climática
La crisis climática hará estragos en el Mediterráneo. Los
expertos apuntan a que, al menos en Europa, esta será la zona más
afectada por inundaciones, sequías y otros fenómenos meteorológicos
extremos provocados por la acción del hombre sobre el medio ambiente.
Aun así, las grandes ciudades del sur de Europa son las menos preparadas para hacer frente a lo que se avecina.
El análisis más completo realizado hasta la fecha de los planes de acción climática de 885 ciudades europeas desvela que "las ciudades con altas tasas de desempleo,
veranos más cálidos, próximas a la costa y, por lo tanto, con una mayor
exposición a los impactos climáticos futuros, tienen
significativamente menos planes de acción climática".
El estudio,
liderado la Universidad de Twente (Países Bajos) en colaboración con 30
investigadores de diferentes instituciones, concluye que las zonas
mejor preparadas para hacer frente a la crisis climática son
las metrópolis de más de 500.000 habitantes y las localidades del norte
del continente.
Los datos sugieren que la mayoría de las ciudades europeas,
concretamente un 66%, tienen un plan para mitigar los efectos de la
crisis climática, ya sea autónomo o en sintonía con las políticas
nacionales y/o europeas.
Solo un 17% de las urbes europeas
cuenta con un programa coordinado de adaptación y mitigación con el que
hacer frente a los efectos de la emergencia climática. En el otro
extremo, el 33% de carece de cualquier forma de programa independiente.
Pérdidas incalculables
Mientras, los eventos meteorológicos extremos van dejando rastro
a su paso por el territorio. Por ejemplo, colapsando e inundando
ciudades sin un alcantarillado adaptado. El Consorcio de Compensación de
Seguro (CCS) estima que las últimas inundaciones vividas en España, que
afectaron especialmente las regiones de Alicante y Murcia, provocaron
unas pérdidas equivalentes a 445 millones de euros.
Esta gota fría habría sido el segundo siniestro más caro en la historia
reciente de España, después de las inundaciones del País Vasco de 1983.
"Y esto solo es la punta del iceberg", asegura Pedro Tomey, director
general de la Fundación Aon España.
"Estas cifras solo reflejan la
compensación económica de los elementos asegurados. Si tenemos en cuenta
los daños humanos e inmateriales las pérdidas ocasionadas por la crisis climática serían incalculables", añade.
El rastro de los fenómenos meteorológicos extremos va mucho más
allá de los daños que causa en el momento. "Estas catástrofes naturales
también afectan al urbanismo, la producción agrícola, los recursos del
territorio. Hay zonas que quedan totalmente devastadas después de una
tormenta y la gente se ve obligada a reconstruir su vida o huir",
argumenta Tomey.
En España, explica,
las catástrofes climáticas más
amenazantes llegan en forma de inundaciones, desertización y olas de
calor cada vez más intensas y duraderas. "Y luego están los incendios,
que también proliferan como una consecuencia indirecta del aumento de
las temperaturas, el desgaste del suelo y la acción humana", recalca.
Epicentros del cambio
Los expertos sitúan a las ciudades como epicentros del cambio en la lucha contra la crisis climática. El 'pacto de los alcaldes por el Clima', por ejemplo, ya reúne a más de 9.000 autoridades locales y regionales.
España a Italia destacan como los países con más número de alcaldes
adheridos a este convenio.
Los datos indican que el impulso de políticas
públicas en un territorio no solo afecta a este, sino que incita a los de su alrededor a
actuar en la misma línea. Muestra de ello, la proliferación de
iniciativas alrededor de las metrópolis con planes más ambiciosos de
transición ecológica.
"Es importante que las
administraciones locales se comprometan con medidas en favor de la
la sostenibilidad tanto ecológica como social como,
por ejemplo, la limitación del tráfico para el control de las
emisiones", argumenta Agustí Amorós, de la consultora AIS Group quien,
en colaboración con el Observatorio de la Sostenibilidad, lanza un
programa para que los ayuntamientos puedan medir su grado de
cumplimiento con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
"Ahora
mismo necesitamos ir más allá de las iniciativas puntuales y apostar
por una acción conjunta para hacer frente a este problema global",
recalca.
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